miércoles, 4 de febrero de 2015

África y la intolerancia


                                                                                       4 de Febrero de 2015


Hola a tod@s!

Me complace saludaros nuevamente...

Muchas son las cosas que han pasado en mi vida desde la última vez que escribí. 

En el último post, de diciembre de 2012, recuerdo estar en Guinea, Malabo, Isla de Bioko. Después por motivos de la suerte, o el destino o lo que quiera que sea, volví a España. Y muchas cosas de mi (y de España) he aprendido, y han cambiado...

Me fuí dejando una filosofía de vida inculcada. Pero me fuí sin saber lo que era. Un modelo de convivencia con mi entorno. Una sociedad ajena, casi imaginada (pues no estaba absolutamente involucrada en ella o, en ocasiones, no era bien recibida), pero con su propio significado, un significado del que yo no formaba parte, que no estaba hecho para mi pero que a veces se imponía a mi criterio y me recordaba que yo también era aquello. Llevaba en la mochila intolerancia, recelo, envidia. Llevaba orgullo pero, tambien llevaba dignidad. Cargaba con ese algo contra lo que luchaba y que me hacía a mi misma. Que me había construido como persona por mi valentía en los momentos clave para derrotarlo, mi resistencia frente a su adversidad y mi perseverancia, que me hacían cada vez más fuerte.

Me fuí con la ambivalencia de sentirme querida y sentirme rechazada. Me fuí siendo 'la acogida', pero también me fuí sin patria. O al menos, sin un concepto claro de ello.

Luego llegué allí, y tuve que poner todo aquello, y mi autoridad, en práctica. Y me sentí extraña, ajena, desorientada. No conocía a la gente, no conocía el estilo de vida, las calles el día a día... Y tenía que decir quien era. Y ahí fue cuando me di cuenta de que en el fondo sabía que no era nadie. Nadie como cuando me fuí, y eso a pesar de ser fuerte. Jugando en la ambigüedad de saberlo y no saberlo, una parte de mi se reconocía en el espejo de ese algo inculcado, violento, desagradable y ajeno, y otra parte de mi respondía con inteligencia, y con sensibilidad, racionalizaba la situación. Y aquello era lo que quería llevarme conmigo pero, sin embargo, aquella era una ciudad que tampoco era mía.

Una ciudad extraña, ajena... Que se me escondía. Pero que tenía una gran ventaja que iría descubriendo día tras día. Un tesoro que no conocía y que por eso era un tesoro. El valor incalculable de la familia. La grande, la que te relaciona con desconocidos. Esa familia casi incontable que te regala su cercania, su compromiso, su tierra. Que te dice, que es tuya, que te pertenece y que tú le perteneces. Sus chistes, sus risas, sus llantos, sus bromas. Su amor... La felicidad de lo cotidiano. Cosas que me hacían olvidarme de mi antiguo entorno. El entorno que me echaba a patadas. En cada calle, en cada esquina... Que intentando alejarme de su círculo jugaba su papel. Un papel que Dios sabe qué fuerza le habría enseñado. La religión, la educación, la irresponsabilidad, la cultura... A todos los niveles y en todas las esferas. El papel de la intolerancia, la superioridad, el etnocentrismo...

¿Porqué se mantiene?

Y entonces, cuando más agusto me sentía, cuando más sentía que había encontrado mi sitio, volví. Yo soy así. Tenía que encontrarme a mi misma.

Y una vez aquí, encontré otra yo... que se había convertido en una más segura, más decidida. Más cercana. Una yo que desechaba aquello que no la pertenecía. Que no se detenía en lo grosero y lo mundano. Que se sentía felizmente superior a ello. Completa. Que entendió otra forma de ser superior...

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Nos enseñan a querer ser como los superiores para ser superiores. Con todo lo que ello implica, y ha significado a lo largo de la historia.

Mediante el secuestro de la historia más relevante, la de los comienzos de las sociedades organizadas, la de los valores humanos como el respeto, la convivencia en armonía, la atención al escuchar..., la historia de África, se ha privado a la gran mayoría de una parte de su memoria, de su inteligencia emocional. Y eso ha tenido nefastos resultados...

Pensarlo. El estilo de la sociedad en la que vivimos, la occidental, tiene cosas positivas, si (para el que sabe verlas y aprovecharlas ya que esa oportunidad se puede dar, o no, prácticamente en cualquier parte del mundo si se intenta y se busca el camino -no me quiero poner filosófica). Y sin embargo, como sociedad primer mundista, tecnificada, etc., por la forma en que cala esa, digamos, forma de control social del siglo XXI que se ejerce en la mayoría de la nosotros, por esa forma de digamos endoculturizar a la sociedad con la cultura económica más imperialista y dominante, tiene también sus cosas negativas. Lo que más cala en nosotros es esa especie de simbología etnocentrista y el estatus social que nos pone por encima de nuestros semejantes (en el mejor de los casos). Hacemos lo que vemos. Sin pararnos a pensar si estará bien o estará mal. Nos falta sensibilidad con el entorno. Estamos cojos de lo que llamamos una inteligencia emocional -y añado social-, para convivir en armonía. Que contrarreste los valores que hoy en día predominan y que nos enseñene tanto de lo que nos han dado las culturas africanas más antiguas.

Sin embargo, sabemos que la historia que se nos enseña constantemente, está plagada de sucesos cuanto menos intolerantes, opresivos. Y efectivamente, ese bombardeo de sucesos hace que el tratamiento que se hace de ello no sea el adecuado porque además no es suficiente. Se enseña desde la perspectiva y justificación del imperialismo y no se contrasta con la exhibición de la semilla cultural que acompañaba a los involucrados y del que fueron brutalmente desprendidos.

El mayor, el más reciente; el que nos enseñan ya incluso en los libros de texto en el colegio, es el de el fenómeno de la esclavitud y por ende, los sucesos contiguos, relacionados e inherentes a tal proceso como son: la degradación moral e intelectual del esclavo - si es que la superioridad se imponia de la mano de algún tipo de institución asentada que hiciera respetar sus normas y prohibiera cualquier tipo de rebelión-, el rechazo a mantener un estatus social igualitario, la violencia verbal y física y, otros muchos. Y hablaré más concretamente de la esclavitud de tantos millones de africanos negros e inocentes, cuyos paisanos, incluso hoy en día, aún, siguen atrapados en las sombras de las grandes corporaciones y multinaciones que miran a otro lado mientras se benefician de los intereses que generan las intervenciones en sus países.

Juegan a legislar los derechos sociales como si sobre ellos tuvieran derecho. Y lo hacen mediante la burocracia más estructurada, jugando un papel de abanderados de la salvación y patrios con la ayuda de los gobiernos que trabajan también para los intereses de sus allegados y viceversa.

¿Es que es acaso esto todo lo que hemos aprendido en todos estos años sobre África? ¿sobre Occidente? ¿La imposición del más rico sobre el mas pobre?

El simple hecho de considerarnos una sociedad privilegiada nos hace sentirnos superiores. Y quiero decir que, si eso es un fenómeno que hoy en día está más que asentado y aceptado por un número importante de personas, las personas de a pie, las que no tienen educación ni sistemas de base morales, o las que incluso teniéndolos maniestan los síntomas del desinterés, o la sobervia, o la propia intolerancia frente a lo que se considera una condición inferior y ha quedado así grabado en la memoria histórica de la sociedad moderna, puesto que ha significado tanto en la historia del siglo XX y mucho antes (pero no tanto) en la época del imperialismo y la precisa esclavitud, es de entender que hay algo que está fallando. No me extraña que la gente se comporte de manera tan intolerante y deberíamos conocer más sobre ello.

A estas alturas, deberíamos estar planteadonos, incluso de la mano de las instituciones, qué ha significado en sentido conductual en la sociedad, el tratamiento que se ha hecho del sistema de desarrollo de las sociedades occidentales (y hablo como occidental) en comparación con otras más antiguas, emergentes o diferentes.

Pero cómo hacer llegar este mensaje si este es un mensaje que no interesa. No interesa a los gobiernos más corporativistas, no interesa a los legisladores, no interesa que la sociedad conozca y sepa. Que se construya, que se reivindique por lo que es justo.

Es evidente que el sistema ha fallado. Y digo que ha fallado para las personas de a pie, los trabajadores, los pequeños comerciantes de las pequeñas empresas. Aquellos que por sus circunstancias no han podido llegar a capas más altas de la sociedad. Los más manipulados. E incluso a los otros. Los adinerados, intelectuales, y gentes de bien que, como los otros, han terminado por asimilar la teoría del ser superior  y organizador que les ordene y dirija. Ese organigrama de clases que les invita a infligir autoridad frente a aquellos que no pertenecen al círculo, para así sentirse vinculados a sus supeiores haciendo lo que estos hacen contra ellos en segundo plano.

Pero cómo hacer llegar este mensaje si este es un mensaje que no interesa. No interesa a los gobiernos más corporativistas, no interesa a los legisladores, no interesa que la sociedad conozca y sepa.

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Cuando me fuí comprendía las cosas de otra manera. De una forma digamos más empática, y dejé atrás otra especie de lado humano. Dejé un lado humano servil, fagocitado. El de poner la otra mejilla, pero sin comprender porqué lo estás haciendo.

Ahora comprendo que hay algo más. No somos solo nosotros porque Dios nos ha hecho así. Somos lo que conocemos, lo que vivimos y experimentamos. Y la sociedad hoy en día nos priva de muchas de esas necesidades. Le da más importancia a cosas banales o se dedica a agitar nuestros sentimientos. Y también somos sentimientos. Y debemos luchar por que se respeten.

Ahora siento ánimos de lucha pero, es difícil. Al menos, esos son los sentimientos que me abordan ahora, pero un poco más madura, son los que se acomodan y me dicen que espere...


Un saludo,

I Morgades.